domingo, 28 de noviembre de 2010

Llueve, llueve

Llueve en Caracas, y llueve en la montaña. Ni aquí ni allá es lo mismo. Allá arriba el agua trae vida: verdor, nuevas plantas, tranquilidad y todo el ciclo de la vida se activa. Acá abajo se cuenta otra historia.


Ahora, Caracas queda en la montaña. Es parte de su encanto que tanto me atrae. Pero la lluvia en Caracas no trae vida. Trae caos, daños, llantos y mucho desorden. La culpa, sin embargo, no es de la montaña y tampoco lo es de la lluvia. Es el caraqueño quien irrespeta a la montaña.

En la montaña, los senderos son propiedad del agua. Por momentos ella nos los presta y podemos caminar por ellos. Sin embargo siempre sabemos que cuando el agua vuelva, los volverá a pedir. Si la sabemos respetar, la montaña también nos respetará. Aca abajo, la historia es otra. Nos creemos dueños de los senderos. Hemos pavimentado u ocupado muchos de estos senderos. Si no hemos construimos nuestros hogares en ellos, los hemos llenamos de basura, desechos y otras muchas cosas más.

Hoy llueve, y el agua reclama sus terrenos. Los desechos son arrastrados, el agua se encuentra trancada y al final, como justa propietaria que es, se lleva por delante a lo que tenga. Sea una humilde casa o un talúd de tierra o muchas piedras. Nos hemos portado mal en casa ajena.

Y ocurren las tragedias. Culpamos a terceros: al gobierno, a Protección Civil, al alcalde escualido, a la cuarta, a la quinta y a la sexta o al vecino irresponsable de más arriba. Realmente da igual. Y al final la culpa es nuestra, y especialmente tuya. Hemos sido muy irresponsables y nos olvidamos que somos unos simples invitados (incluso bastante molestos) de nuestra huesped, la montaña.

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